Soluciones a crisis

Marcelo Salinas | En órbita >> Somos vulnerables. Un virus, lo mismo que una fuerte turbonada o un huracán en cierta época del año, nos puede poner al límite de nuestras condiciones, de la vida misma en muchos casos. La posición geográfica de Quintana Roo determina en gran medida la exposición a diversos fenómenos.

Es una brevísima reflexión en momentos de por sí complicados, cuando la naturaleza amenazaba el fin de semana pasado con imponer su fuerza en un “cordonazo”, que no nos deja indiferentes, para bien o para mal.

Por ejemplo, podríamos comprobar la extinción de los incendios forestales que han mantenido a los combatientes ocupados y nerviosos. Son miles de hectáreas perdidas, y la lluvia ha sido un alivio. Pero también podríamos registrar, lamentablemente, inundaciones que afectan a pobladores, agricultores y ganaderos en regiones de la Península de Yucatán.

Dependerá de quién realice el recuento de daños. Por eso la expresión “para bien o para mal”. Lo cierto es que la naturaleza condiciona y orienta una vez más. Ya lo sabemos: el cambio climático, con sus múltiples manifestaciones, es la mayor amenaza para la humanidad, ha concluido la ONU en un informe meses atrás.

Antes de la crisis sanitaria por el coronavirus ya enfrentábamos “los mayores retos”, ahora aparentemente relegados por la urgente atención que reclama lo que contagia y mata a miles en el mundo. Sin embargo, asuntos como la contaminación y la pérdida de la biodiversidad están conectadas con la situación actual, obligándonos a replantear en tiempo récord una salida integral, una solución lo más completa posible.

Cada día es un avance hacia esa salida. Los expertos advierten tanto de los posibles rebrotes del virus en Europa y China, como del “efecto rebote” en la producción, el comercio, los hábitos de consumo y el medio ambiente en estos meses y en lo que será la pospandemia. Todo está ligado, repiten los especialistas, para quien supondría una desvinculación entre las temáticas.

En definitiva, cómo se mueve la sociedad, cómo produce, cómo se alimenta y cómo se protege, define ese recuento de daños. La mano del hombre, infaltable.

No son nuevos, ni las pandemias ni las turbonadas, aunque está comprobado que se presentan con mayor frecuencia e intensidad por la irresponsabilidad del ser humano en tiempos recientes. Las pruebas son irrefutables.

La mitigación, y la solución como destino deseable, nos competen ya mismo. No podemos permanecer impávidos ante la recurrencia de ciertos fenómenos que nos demuestran el daño autoinfligido.