Marcelo Salinas | En órbita >> Se ha reconocido un rebote parcial en Quintana Roo. La curva había logrado ser aplanada en cierto grado y comenzaba su descenso, hasta mediados de la semana pasada. La movilidad se redujo hasta en un 85% y los contagios descendían. Íbamos bien. Lo destacaron autoridades federales.
Fue la motivación para reconfirmar la reapertura progresiva desde el 1 de junio, y los planes se echaron a andar con esa visión, aunque aparentemente los “reencuentros” del 10 de mayo y el discurso esperanzador provocaron ese ligero repunte porque algunos se confiaron demasiado.
En redes sociales se acusó mayor circulación el domingo 10; no pocos creyeron que el reinicio de actividades en los más de 300 “municipios de la esperanza” del país era para todos, y cuando la entidad pudo revertir la tendencia negativa mostrada a lo largo del proceso, parte de la ciudadanía relajó las medidas preventivas.
El gobernador Carlos Joaquín advirtió al respecto al inicio de la semana pasada y animó a no bajar la guardia, aun cuando los indicadores favorecían en el papel. Desde todos los niveles se insistió en que nadie podía cantar victoria. El buen trabajo podía fracasar de un momento a otro si la ciudadanía no asimilaba el momento crucial ni entendía el mensaje.
Vino entonces el récord de casos: 89 en un día el pasado viernes 22. La duda se propagó. Pero los gobernantes ya habían puesto fecha y la han mantenido con variaciones en el discurso; lamentablemente, parte de la sociedad no ha sabido o no ha querido responder. Se puede justificar por un encierro prolongado y por la peor crisis de la historia local. Es cierto, se necesita salir, por angustia, estrés, fastidio, calor o para buscar el sustento. La parálisis también mata. En fin, los motivos son múltiples y diversos.
Sin embargo, todo ello nos ha puesto en una ingrata disyuntiva. Además, las autoridades y los expertos alertan que prolongar demasiado el confinamiento puede ser tanto o más perjudicial. Es decir, y allí reside el dilema: Cómo empezar la recuperación de unos 83 mil empleos perdidos y de las estadísticas estando bajo llave, sin ampliar dramáticamente las cifras, incluyendo la de muertes, que ha sido superior a los promedios nacional y mundial.
Muchos se preguntan cuánto podrá costar seguir avanzando hacia la reapertura en tales circunstancias, admitiendo el sutil retroceso del que se habla. La respuesta es más compleja de lo que parece. No todo está perdido, acaso fue un tropiezo que comprobaremos, o no, en los siguientes días. Se debe encontrar una solución observando la experiencia internacional, aunque no todas las recetas sirven.