Marcelo Salinas | En órbita >> Partidos, suspirantes y aliados se preparan para el proceso electoral de 2021, cuando se renovarán los 11 ayuntamientos y los cuatro distritos federales de Quintana Roo. A nivel nacional se trata de la mayor elección en la historia reciente, por todo lo que estará en juego. En el ámbito local, será la antesala de los comicios de 2022, cuando concluirá la administración estatal. Lo que suceda el próximo año, dibujará parte del siguiente.
En ese contexto, vital para la partidocracia tradicional, las alianzas que promovieron el cambio y los movimientos que se dicen transformadores, han comenzado a aparecer los primeros nombres; a tejerse pactos; surge una guerra sucia -aún incipiente-, y crece una evaluación ciudadana más crítica contra el sistema en su conjunto debido a la coyuntura delicada por las crisis del momento.
Con pocas excepciones, la mayoría de los servidores públicos y de los políticos no se salva del escrutinio rudo, sin consentimientos, porque duelen el desempleo, la inseguridad y el deficiente servicio público, de norte a sur del estado. Es indistinto el color político.
En las redes sociales son categóricos: «no han estado a la altura», «no estaban preparados», «no pueden» o «que se vayan», entre otras frases sin anestesia. El enojo y la frustración no entienden siempre de facultades y atribuciones. Es que la gente quiere soluciones, no importa mucho de dónde proviene la ayuda.
Lo peor -se lee en tuits y posteos- es que algunos aspiran reelegirse, aun cuando las circunstancias ya les resultan adversas: dejarán obras inconclusas, proyectos en los escritorios, ideas en el aire y promesas olvidadas por culpa de la contingencia, pero también por irresponsabilidad, gestiones ineficaces, mala coordinación o falta de recursos. La etapa es compleja y el futuro sólo esperanzador, enmarcado en una recuperación sin las bonanzas de antaño que permitían derrochar ilusiones.
No todo es malo. Los gobiernos han reconfirmado la obligación de eliminar los gatos superfluos, ampliar sus ingresos propios, a estar listos en caso de otras emergencias, de saber con quiénes cuentan en otros sectores, y que la ciudadanía exige soluciones de fondo.
La jerarquía de las prioridades ha cambiado. Los discursos deberán actualizarse para responder al presente y al futuro con los problemas que se constatan. Si no se adaptan o no coinciden con las exigencias de la ciudadanía, habrán perdido antes de empezar.